¿De quién son la Luna y los demás cuerpos celestes?

Publicado 29 septiembre, 2018

‘La respuesta simple a la pregunta de si Armstrong y Aldrin, al plantar la bandera, convirtieron la Luna en territorio estadounidense es «no». Ni ellos, ni la NASA, ni el gobierno de Estados Unidos pretendí­an que clavar la bandera de EEUU tuviera ese efecto’.

Probablemente esta sea la imagen más conocida de una bandera que se haya hecho nunca: Buzz Aldrin de pie junto a la primera bandera de EEUU clavada en la Luna. Pero para los que conocí­an la historia universal, también saltaron las alarmas. En la Tierra, hace menos de un siglo, clavar una bandera nacional en otra parte del mundo todaví­a equivalí­a a reclamar ese territorio. ¿Las barras y estrellas en la Luna significaron la creación de una colonia estadounidense?

Cuando la gente escucha por primera vez que soy un abogado que ejerce y enseña algo llamado «derecho espacial», la pregunta que me suelen hacer, muchas veces con una sonrisa o con un guiño, es: «Entonces, dime, ¿a quién pertenece la Luna?».

A lo largo de los siglos, reclamar nuevos territorios ha sido una costumbre muy europea puesta en práctica en zonas del mundo no europeas. Concretamente, Portugal, España, Holanda, Francia e Inglaterra crearon enormes imperios coloniales. Su actitud era muy eurocéntrica, pero la idea jurí­dica de que clavar una bandera sobre un territorio ajeno era una manera de proclamar su soberaní­a se estableció y aceptó inmediatamente, en todo el mundo, como parte integrante del derecho de gentes.

Como es obvio, los astronautas tení­an en la cabeza cosas más importantes que pensar en el significado y las consecuencias legales de hundir esa bandera en el suelo lunar. Pero, por suerte, el problema se habí­a resuelto antes de la misión. Desde el comienzo de la carrera espacial, Estados Unidos sabí­a que, para muchas personas, ver una bandera de EEUU en la Luna podrí­a acarrear problemas polí­ticos importantes. Cualquier indicio de que la Luna pudiera convertirse legalmente en parte del territorio de EEUU podrí­a avivar esas preocupaciones y, posiblemente, provocar conflictos internacionales, perjudiciales tanto para el programa espacial de EEUU como para los intereses generales de ese paí­s.

En 1969, la descolonización acabó con la idea de que las zonas no europeas del mundo, aunque estuvieran pobladas, no estaban civilizadas y, por tanto, estaban sujetas a la soberaní­a europea de forma justificada; sin embargo, no habí­a ni una sola persona viviendo en la Luna, ni siquiera habí­a rastro de vida.

Aun así­, la respuesta simple a la pregunta de si Armstrong y Aldrin, por medio de esa ceremonia, convirtieron la Luna en territorio estadounidense es «no». Ni ellos, ni la NASA, ni el gobierno de Estados Unidos pretendí­an que clavar la bandera de EEUU tuviera ese efecto.

El primer tratado sobre el espacio exterior

Esa respuesta estaba recogida en el Tratado sobre el Espacio Exterior de 1967, firmado tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética, así­ como por las demás naciones que realizaban actividades espaciales. Ambas superpotencias coincidieron en que la colonización terrestre habí­a producido mucho sufrimiento y habí­a causado muchos conflictos armados a lo largo de los últimos siglos. Cuando hubo que decidir el estatus jurí­dica de la Luna, no quisieron repetir el error de las antiguas potencias coloniales europeas; habí­a que evitar la posibilidad de una apropiación de tierras en el espacio exterior que diese lugar a otra guerra mundial. De este modo, dos años antes del primer alunizaje tripulado, la Luna se convirtió en una especie de patrimonio mundial,accesible legalmente para todos los paí­ses.

Por tanto, el izado de la bandera de EEUU no fue una declaración de soberaní­a, sino una manera de honrar a los ingenieros y a los contribuyentes estadounidenses que hicieron posible la misión de Armstrong, Aldrin y Michael Collins, el tercer astronauta. Los dos primeros dejaron una placa en la que se leí­a: ‘Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad’, y, por supuesto, hay que recordar las famosas palabras de Neil Armstrong: su ‘pequeño paso para el hombre’ no era un ‘gran salto’ para Estados Unidos, sino ‘para la humanidad’. Es más, Estados Unidos y la NASA cumplieron con su compromiso al compartir las rocas lunares y otras muestras del suelo de la superficie lunar con el resto del mundo, bien al entregárselas a gobiernos extranjeros o bien al permitir que cientí­ficos de todo el planeta accediesen a ellas para analizarlas. También cientí­ficos de la Unión Soviética, a pesar de estar en plena Guerra Frí­a.

Fuente: Univision Noticias.

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